viernes, 29 de julio de 2011

Javier Egea

Hay entradas que uno no querría escribir. Y esta es una de ellas. No he podido olvidar dónde me encontraba cuando una llamada telefónica me puso al corriente del suicidio de Javier Egea, el 29 de julio de 1999. Unos meses antes habíamos estado cenando y tomando unas copas con unos amigos. Coincidimos en cuatro o cinco ocasiones, tampoco más. Y siempre de la mano de la poesía. Como cuando vino a Lleida a recitar los versos de Rafael Alberti junto a Susana Oviedo. Todavía conservo con cariño un ejemplar de Paseo de los tristes dedicado y con las erratas corregidas a mano por él. Y recuerdo algunos de los consejos que me dio. Y por supuesto sus poemas.

            Noche canalla

            Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
            me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
            Ella tenía en su boca colinas de Ketama
            y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.

            Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
            en aquel cielo raso como un paño de tul.
            Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
            y los labios morados como el Parfait-Amour.

            La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
            por donde nos decían que se llegaba al mar;
            se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
            por más que yo me muera no la podré olvidar.

            Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
            Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
            Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
            Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.

            A pesar de sus ojos he salido a la calle,
            a pesar de sus ojos me ha tocado vivir.
            En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
            Esta noche canalla no respondo de mí.

1 comentario:

  1. Recuerdo la lectura de sus poemas en la universidad y guardo el librito como uno de los que más me interesaron de la colección. Se le veía raro allí, era aún más extraordinario.

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