para Josep M. Rodríguez
En el suelo, un puñado
de higos madrugadores
revueltos sin mirar. Estás tendido
sobre perfolla rubia de maíz. Perezosa
se agudiza tu sangre al caldo del sobrado.
Con mínima presión, entre el pulgar y el índice
revientan las cabezas diminutas
su delicado encéfalo recubierto de sombra,
su pezón embutido de dulzura.
Buena merced el fruto acostado en la boca,
la breva de San Juan, el higo setembrino,
la mora dándose sin armonía.
Jubiloso lugar que, en su tejido, envuelve
de un músculo menudo,
su madrigal de vida.
Segrega el ofrecido seno abierto
un alma blanda, franca leche, gotas
cuajadas en su ampolla.
Dormita todo
alrededor, las bestias encerradas,
la humedad inconsciente de la hembra,
acero derretido bajo un tejado al sol.
La suerte te bendice.
Lleva al tacto
las disímiles drupas, y a la cruz
de tu garganta, el núcleo mordido.
Y vuelve a ser mortal probando el fruto
donado sin querer
y degustado sin merecimiento.
(en Canción oscura, Pre-Textos, Valencia, 2007)
Que maravilloso regalo.
ResponderEliminarSaludos.