lunes, 4 de julio de 2011

"Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea", de Gustavo Guerrero

Escaparate inmenso
 
En Contes des sages de l’Inde, Martine Quentric-Séguy recoge la historia de un príncipe que ante la prematura muerte de su padre tiene que hacerse cargo del reino. Consciente de su falta de preparación, el nuevo rey pidió a sus consejeros que recorrieran el mundo recopilando toda la sabiduría y toda la ciencia que encontrasen a su paso. Tardaron años en regresar y fue tanta la cantidad de rollos, de volúmenes, de dromedarios cargados de libros, que el rey comprendió que le sería imposible leerlos aunque viviese dos vidas; así que encomendó a los hombres más sabios del reino que se los resumieran. Y pasaron los meses, y pasaron los años, y el rey dispuso de una magnífica biblioteca que, sin embargo, sus funciones como gobernante le impedían leer. De ahí que se decidiese a reunir nuevamente a sus asesores para encargarles que sintetizaran aquellos conocimientos y saberes en un único libro. Ni que decir tiene que tuvo que pasar mucho tiempo hasta que, un día, el monarca recibiera la visita de sus consejeros con el ansiado libro, de varios tomos. Pero el rey ya estaba demasiado viejo y enfermo para leerlos: si cerraba los ojos podía escuchar cómo se aproximaba la muerte. Debía apresurarse, así que le pidió al más sabio de entre los sabios que resumiera aquellos volúmenes en una sola frase. “Majestad –dijo– toda la sabiduría cabe en tres palabras: vive el instante”. Y es, precisamente, esa necesidad de aprovechar, de vivir el instante, la que parece arrastrar al hombre contemporáneo hacia lo nuevo. Todo envejece demasiado rápido. Y la rapidez, como escribió Gregorio Marañón, es una virtud que engendra también su vicio, que es la prisa.
 
Una prisa de la que ni siquiera escapa la poesía: da la sensación de que si un autor no edita un libro cada tres o cuatro años, no existe. Y qué decir de las antologías de lírica joven, en las que ya incluso se destaca a poetas que aún no han publicado su primera obra: en lo que vendría a ser algo parecido a ir a una exposición de flores y sólo encontrar semillas. ¿Por qué tanta prisa? Hay caminos que hay que andar despacio, y la poesía, sin duda, es uno de ellos. Por eso es de agradecer que, a la hora de ofrecernos una visión panorámica del otro lado del Atlántico, el venezolano Gustavo Guerrero se decante por escritores de más de treinta años –una edad en la que las promesas ya deben ir acompañadas de realidades.

Pero empecemos por el principio: Cuerpo plural es una selección de cincuenta y ocho autores hispanoamericanos nacidos entre 1959 y 1979, cuyo nexo común es, según su antólogo, “la erosión y el gradual desmantelamiento del paradigma poético que se impone con el modernismo y las vanguardias”. Por lo general, cada escuela o promoción literaria nace y se inflama desde contacto directo con la anterior, como cuando encendemos un cigarrillo con la colilla de otro. Pues bien, para Gustavo Guerrero este grupo de escritores parte y a la vez rompe con la tradición moderna de la poesía. “Se trata de poner en tela de juicio la literatura / con criterios no creados por ella; o sea: / de tensar los versos ante la acción del fuego / y de calificarlos no con el lápiz sino con el cuchillo, / por ejemplo, o una sierra cariada o el carozo / de un durazno”.

Estos versos del argentino Sergio Raimondi muestran la actitud combativa y desmitificadora de los autores reunidos por Gustavo Guerrero. Y es precisamente esa actitud desmitificadora la que en cierta medida justifica el uso de la burla, la parodia y la ironía en textos como “Hoy cocina Matsuo Bashō”, del propio Raimondi, o “El lugar donde se fríen los espárragos”, del mexicano Julián Herbert: “(En el lugar donde se fríen los espárragos / no queda un palmo de tierra para sembrar plantas sagradas.) // Trabajos de poeta. / Aspiración. Espiración. Espiritismo / con sonsonete. La belleza es sólo caos…”

Es obvio que la poesía ha dejado de ser un oráculo. Que ya ni siquiera ordena o estructura. El chileno Héctor Hernández Montecinos lo deja claro: “Porque cuando los dioses se quedan en silencio los desiertos de atacamas del mundo florecen hacia adentro de los ojos / Ya no queremos ser más ciegos / Buscamos luchar contra la desesperación del tiempo y los demonios del poder / Pero sólo ahora hemos resuelto que la poesía es un rumor de prestidigitadores / Y que nuestros dedos son dardos / La verdad es una de las pocas mentiras que hace daño en este contexto / No escribimos artes poéticas / Leemos las coyunturas de la vida”. 

Ese interés, casi me atrevería a decir esa obsesión por la realidad que les rodea, es una característica común entre estos autores. El ya mencionado Herbert tiene un poema titulado “Mac Donald’s” (sic.), mientras que –en “Variación retórica mínima”– el paraguayo Joaquín Morales imagina distintos escenarios donde la muerte podría sorprendernos: frente al café con leche y la pasta del desayuno, o quizás frente a un helado a medio consumir y una mosca revoloteando alrededor, o puede incluso que en calzoncillos, mientras nos rascamos “el ombligo y la experiencia”. Y ya que estamos con la muerte, no me resisto a citar “El inmortal”, breve texto del colombiano John Galán Casanova: “Soñé mi epitafio // No tenía lápida / ni tumba. // Era una simple nota / pegada con cinta / y decía: // Estoy en la biblioteca”.

Ni la muerte escapa al tono desenfadado y a la broma. De hecho, en algunos casos, ese desdén por “las verdades más altas y espirituales” y la consiguiente atracción por “nuestra realidad baja y material”, en palabras de Gustavo Guerrero, desemboca en el hiperrealismo o en cierta estética de la marginalidad, como si se tratase de un cuento de Raymond Carver –al que, por cierto, la argentina Laura Wittner dedica uno de sus poemas– o de una fotografía de Anders Petersen. Pienso, por ejemplo, en “Probablemente aprendería a quererla si se rociara el cuerpo de bourbon”, del mexicano José Eugenio Sánchez, o en uno de los autores jóvenes más interesantes, el dominicano Frank Báez: “no tienes dinero para taxis, no tienes teléfono, / eres un madero flotando en el lago, te duermes / en el último vagón del metro, el alba helada te encuentra / en porches fumando o avanzando por barrios polacos, / por 95th Dan Ryan, por Oak Park, por Belmont…”
 
La suciedad, la herrumbre, los márgenes, también están presentes en la poesía de argentino Daniel García Helder. Y es que el cuestionamiento de los modelos tradicionales lleva a estos escritores a una constante experimentación en busca de nuevos lenguajes poéticos. Quizá los casos aparentemente más llamativos sean los del chileno Jaime Luis Huenún –que mezcla el español y el mapuche, algo parecido a lo que ya hicieran algunos autores chicanos, como Tino Villanueva, cuyos poemas combinan español e inglés– y el boliviano Juan Carlos Ramiro Quiroga, que invierte el orden de las palabras en cada verso, supongo que con el mismo objetivo con el que Georg Baselitz le da la vuelta a sus cuadros: liberar la pintura o en este caso los poemas de estructuras preconcebidas. Cito al guatemalteco Allan Mills: “No cabe la poesía en la palabra: / la estira / la tensa / la quiebra”.

Más allá de este cuestionamiento de los modelos tradicionales de escritura, si hay una característica común a los autores seleccionados por Gustavo Guerrero es, precisamente, la ausencia de características comunes, es decir, su pluralidad –y de ahí el título de la antología–. Del oscuro neobarroco del dominicano León Félix Batista, al delicado minimalismo del colombiano Jorge Cadavid o a la poesía de alto voltaje del peruano José Carlos Yrigoyen. Pasando por el culturalismo irónico de Eduardo Chirinos o por el hermetismo de muchos de los nombres recogidos en este volumen. Permítanme un apunte al respecto de esto último: no entiendo por qué algunos de estos autores encierran la poesía en un laberinto sin Minotauro, es decir, en un hermetismo que no tiene más peligro, más riesgo, que el hermetismo en sí.

Pero volvamos al peruano Eduardo Chirinos, del que la editorial Visor acaba de publicar Mientras el lobo está –probablemente el mejor de sus últimos libros–. Como él, otros autores han publicado en editoriales españolas: Ramón Cote Baraibar, Edgardo Dobry, Luis Chaves, Julio Trujillo… Sin embargo, a buen seguro que el lector descubrirá nuevos nombres que prenderán la mecha de su curiosidad. Y tal vez por eso sorprende que Gustavo Guerrero tan sólo haya seleccionado uno o dos textos de Patricia Guzmán, de Otoniel Guevara, de Fernando Denis o, por no extendernos, de Kathia Chari. Todos ellos conforman –junto a otros poetas a destacar, como Rolando Sánchez Mejías, Edwin Madrid o Sergio Parra– el inmenso escaparate que es, en definitiva, Cuerpo plural. No deje el lector, como el rey del cuento, de disfrutar de su lectura.

En Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 723 (septiembre, 2010)

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