martes, 31 de mayo de 2011

Lorenzo Plana

Belleza
                                                        para Josep M. Rodríguez

Salgo de casa y dejo atrás
la tumba de mis padres.
Con el fin de alegrar mi propia tumba
me incrusto en el naranja de los días,
en el naranja azul de amaneceres,
en el naranja de una boca puta.

Consigo enamorarme de una cría
perdida en la repisa de una noche
en la que alguien lamerá su aurora.
La gente rica sabe de la vida.

Soy el gran olvidado del amor,
a pesar de que escribo como un loco
-hirsutamente cuerdo-
a favor de las masas y la masa
encefálica y plena de mi estética.

Así que otorgo a la desdicha amor,
y pido a la nostalgia un polvo a secas,
con el fin obviamente de aplacar
el absurdo copiado del absurdo:
eso que brota de la poesía,
un arte mencionado hasta el amor
en el Libro Sagrado.
Soy joven y me espera el paraíso,
la ausencia de lirismo,
la justicia total,
la negación del arte.

Soy capaz de ensuciar las avenidas
con el hollín de un cielo que amanece
más limpio que la lluvia hacia arriba.

Eso sería entrar en paraísos
que exigen cumplimiento.

                                                  (De Extraño, Pre-Textos, Valencia, 2000)

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